martes, 11 de diciembre de 2007

CELOS


su mujer lo engañó conmigo. Aunque sé que sería mejor no escribirle y mantenerme al margen de esa triste querella doméstica, le escribo: “Estimado Gonzalo: Lamento el tono y la urgencia de tus correos porque supongo que estás pasándola mal. Sólo una persona que ama con desesperación (como a veces inevitablemente es el amor) haría lo que has hecho tú, que es escribirme con una aspereza innecesaria, pidiéndome unas explicaciones que no tendría por qué darte, pero que elijo darte porque no quiero que sufras más de lo que en apariencia ya estás sufriendo. No, nunca tuve ninguna aventura sexual con Estela. Fuimos brevemente amigos de escribirnos mails cariñosos, nada más que eso. Creo que no debiste escribirme en ese tono tan violento, pero no pasa nada, el amor es así y uno hace locuras a veces. Te deseo lo mejor. Espero que encuentres serenidad y sabiduría para comprender y perdonar los defectos de los otros, que a veces son más pequeños que los nuestros. Que pase el mal momento. Abrazos”. Pensé que Gonzalo me agradecería por escribirle unas líneas amables que bien podría haberme ahorrado. Me equivoqué. No tardó en escribirme: “Creo que actuaste de forma justa al responderme. De todas formas obras mal haciéndote dueño de la debilidad de algunos. Sacas lucro de esto sin medir los daños de personas que no tienen por qué vivir la inmundicia de mundo en el cual te manejas. Quizá para ti son actos furtivos sin mayor importancia pero para el resto es la vida. Mídelos porque tarde o temprano alguien te pasará una cuenta muy cara que no podrás pagar. Espero nunca más ni yo ni Estela sepamos de ti”. Ofuscado porque su respuesta mezquina y amenazante me confirmó que no debí escribirle una sola palabra, le escribí: “Me dices que mi vida es ”una inmundicia“. En efecto, lo es. Nunca limpio los cuartos en los que estoy. Que están llenos de polvo y desorden. Me gusta vivir así. Me he acostumbrado a la inmundicia. Soy felizmente inmundo. Si algún día quieres ayudarme a limpiar la inmundicia que me rodea, prometo comprar dos escobas, una para ti y otra para mí. Te espero con todo mi cariño y mi inmundicia”. Por fortuna, Gonzalo no volvió a escribirme. Pero Estela, su mujer, que no me había escrito en años, me sorprendió: “Disculpa el malentendido. Me avergüenza, sobre todo al tener la certeza de que nuestros mails fueron sólo de cariño, e incluso más mío que tuyo. Además, hace tantos años que no sé de ti. Como te podrás imaginar las cosas por mi lado no andan tan bien como me gustaría y tú no tienes nada que ver en este baile. En fin, te pido disculpas nuevamente”. No pude evitar la odiosa tentación de amonestar cordialmente a Estela. Por eso le escribí: “No te preocupes, no es culpa tuya. Pero una persona inteligente, o cuando menos bondadosa, no escribiría las cosas que este pobre hombre me escribió. Puedo entender los celos, pero no la estupidez. Lo siento por ti. Besos, todo lo mejor”. Estela me escribió de vuelta: “Nuevamente me avergüenza todo esto. La verdad es que él perdió la perspectiva de las cosas. Nadie tiene derecho a referirse de esa manera a tu persona. Te pido disculpas”. Gonzalo no ha vuelto a escribirme. Es una lástima. Mi vida, que, como él advirtió con perspicacia, ya era una inmundicia sin sus correos, es todavía más sucia y hedionda cuando no me escribe. Ahora que Gonzalo lea su nombre impreso en esta página que otros leerán y me odie un poco más, quizá vuelva a escribirme. Me encantaría. Después de todo, ¿para qué escribimos las personas inmundas, si no para fastidiar a los espíritus limpios, inmaculados, impolutos como el de Gonzalo ?

Luis Franco Bermudez Rodriguez

No hay comentarios: