jueves, 8 de enero de 2009

El Clan Caligula

Nacidos en hogares de buena familia y luciendo apellidos de abolengo, dos jóvenes pasaron de ser indiscutibles monarcas de las discotecas de moda a traficantes de baja ralea y extorsionadores. Su vida de lujos mal habidos, autos deportivos y chicas bonitas acabó de pronto de cuatro balazos. La alta sociedad limeña se sobrecogió en ese instante. Varios de sus hijos e hijas estaban involucrados con la pareja. Tras los disparos vino la confusión y el silencio. Aquí damos todas las pistas que podrán conducir a develar el misterio de aquellas muertes.- ¡Carajo! -aulló Jano cuando se enteró de la noticia.Una mueca le torció la cara tras el rugido seco y acezante. Hasta pudo oír los seis disparos saliendo por el cañón del revólver Smith Wesson calibre 38. Era el mismo ruido que oía con frecuencia en su casa de Los Pulpos cuando armaba sus jaranas. En la cúspide de las borracheras y las malogradas, él y sus amigotes apuntaban con su revólver a un bull y pum, tiraban del gatillo.Estaba parado ahora en la puerta de la casa del muerto. Giuliana Abuci lo miraba con los ojos rojos por el llanto. Eran las 8 de la mañana de un abochornado 14 de febrero de 1992. Calígula y el Chato eran, en esos momentos, dos cuerpos tendidos en la morgue que la policía miraba con polar curiosidad de detectives. Dos disparos en la cabeza de Fernando de Romaña Azalde, Calígula, y dos en la cabeza de Julio César Domínguez Marsano, el Chato. Pintones, malandrines, muertos.Los habían recogido la noche anterior a la altura del kilómetro 17 de la carretera que conduce a Cieneguilla, entre cerros pelados y escasa vegetación. El Chato estaba dentro de un Toyota que hacía unas horas había alquilado con su amigo. El auto se hallaba entre las calles Los Frutales y Las Pecanas, cerca de la clínica Montefiori. Tenía un cristal agujereado y uno de los disparos le había vaciado el ojo izquierdo.Calígula yacía tirado un poco más allá, exánime, en la carretera a Cieneguilla. Estaba con los brazos y las piernas extendidas, como una hélice averiada. En la cabeza tenía dos orificios de bala, que habían desfigurado el varonil rostro que hacía estragos entre las chicas de buena familia que acudían a las discotecas de moda de la ciudad.- Voy a entrar -dijo Jano, tras vacilar un momento. Tenía el rostro pálido.En el departamento de Fernando estaban la madre y la hermana del muchacho muerto, con una amiga del finado, Julia Valdivia Juárez. Jano entró muy nervioso y saludó rápidamente a las mujeres. Luego se puso a revolver el departamento, excitado. Giulianna Abuci, que había entrado detrás de Jano, vio que buscaba algo en unas agendas y las tachaba enérgicamente. Se dio cuenta que estaba borrando su nombre.De pronto, cogió dos libretas de apuntes, una con tapa marrón, y se las guardó.- Me llevo estas libretas -musitó-. Voy a cobrar las cuentas de Fernando. Después les cuento.Las mujeres vieron luego a Jano en el velorio de Fernando, en la iglesia Virgen del Pilar, en San Isidro. Giulianna de Romaña, la hermana de Calígula, recordó después que en algún momento de ese día Jano le confesó que había perdido su revólver, una Smith Wesson calibre 38, durante un choque en la playa Punta Hermosa.Otra de las mujeres de aquella vez mencionó también que Jano se había llevado del departamento 14 videocasetes, pero la versión no fue corroborada. Ulteriormente no se pudo hallar una cosa ni la otra. Misterio total.Nunca más lo vieron, hasta que lo atrapó la policía, más de un año después. Ese día Jano, Alejandro Gonzales Ramírez para su libreta electoral, negó todo lo ocurrido. Pero tanto la chica Abuci como Giuliana de Romaña aseguraron que Jano había estado en el departamento del muerto al otro día de la tragedia y que se había llevado las libretas.Cuando lo confrontaron con la hermana de Calígula, Jano volvió a negarlo todo y se limitó a sonreír flemáticamente. A los detectives les pareció que el tipo era un cínico.***Fernando era un gigoló. Atlético, guapo, con buena labia, siempre vestido con ropa de marca. Las chicas enloquecían cuando él las galanteaba. Se podía decir que casi vivía de noche, trasegando las discotecas más caras de Lima: Sexes, Keops, Amadeus. Siempre estaba acompañado de bellísimas adolescentes, todas chicas de buena familia, que residían en barrios exclusivos, viviendo al máximo.Parte de su atractivo era su manera de gastar dinero, lo que hacía como si fuese un jeque árabe cuando apenas tenía 24 años. El decía que se ganaba la vida vendiendo autos usados, pero la policía no halló ninguna pista de que esto fuese verdad. En cambio, tras su asesinato, sus amigos y amigas fueron desembrollando el asunto: Calígula, sobrenombre que se había ganado por sus proezas amatorias y su impar obsesión por las películas de porno duro, en algunas oportunidades había sido visto vendiendo paquetitos de cocaína en las discotecas que frecuentaba. También alardeaba de otras hazañas igualmente fuera de la legalidad.La que más se propagó durante las investigaciones fue que Calígula no sólo se dedicaba a distraerse con las chicas en las discotecas. Se supo que cuando la noche hervía en fervores, tragos y música a todo volumen, les ponía pastillas de Qualude en sus vasos y las adormecía. Cuando perdían el control, se las llevaba a un departamento del parque Tradiciones en Miraflores, donde lo esperaban otros amigotes, y propiciaba orgías romanas. Y todo lo filmaba minuciosamente.Los videos, se dijo, eran convenientemente mostrados a los padres de las chicas. Estos, presos de la desesperación y buscando evitar el escándalo, 'compraban' las cintas filmadas. Deben haber sido las películas caseras más caras de Lima y toda Sudamérica. Sin embargo, nunca se pudo hallar video alguno.Sandra (así la llamaremos), una de las chicas del grupo de Calígula y el Chato, recuerda esto perfectamente. Es alta, muy guapa, pero sigue asustada. Por eso se fue a vivir para siempre a algún lugar de Miami. Para ella hay mucha gente peligrosa suelta que sigue así porque toda la investigación se enredó. Aún le guarda cierto cariño a Fernando, 'Cali' le llama ella, y se acuerda de él como un tipo muy dulce y bueno con los que quería "pero con los otros era un hijo de puta"; que mantenía a su madre y sus hermanos y que por tanto ellos jamás le hacían preguntas incómodas. Y que tenía un hijo llamado igual que él, con "una chica tranquila" llamada Marilú 'Milú' Muente, y una camioneta blanca de doble cabina equipada a full.Sandra, sin embargo, también conoce lo que ahora quisiera no haber sabido jamás. Sabe lo de las chicas y los videos porque todos hablaban de eso en el grupo, que Cali siempre paraba con una muchacha distinta y que las enamoradas, a lo más, le duraban un mes. En una de esas dispendiosas noches de discotecas, se enteró que también salía con una mujer casada y de encumbrada posición social; que mientras el marido lo amenazaba, la mujer le entregaba su amor y pródigas sumas de dinero.Sandra alguna vez también vio que Cali y el Chato vendían pequeños alijos de coca en Sexes, Keops y en el Mediterráneo Beach de Punta Hermosa. "Todas las chiquillas que paraban con él la probaban -recuerda-, pero a ellos jamás los vi 'duros'; eso porque los buenos paqueteros jamás consumen su producto". Pero allí no acababa el trasiego de la droga.Según Sandra, y esto también lo sabían los detectives que estuvieron a cargo del caso, Calígula y sus amigos se dedicaban a una inusual exportación de champú. Cali mismo se lo contó en una oportunidad. "¿Sabes cómo la movían? -dice-; ponían la coca en el champú y este se ponía verde, pero al calentarse en la tapa de una olla sobre agua caliente se transformaba en coca blanca. No sé cómo lo hacían; la tecnología, pues". Sandra también les oyó contar que metían el polvo blanco en los dedos de guantes quirúrgicos, que los ataban como bolitas y los metían a los frascos de champú. Eso era para enviar la droga al extranjero, aunque ella desconoce como trasladaban los frascos.Calígula provenía de una familia de clase media empobrecida. Fernando contaba que quien lo crió fue su tía Emperatriz, hermana de su madre, que lo adoraba, lo mimaba y le daba de todo. No era muy dado a los estudios y terminó la secundaria accidentamente en el colegio San Jorge de Miraflores, a los 19 años. Ya desde esa época era conocido por su afición a las artes marciales y era un vehemente cultor del Tae Kwan Do y del boxeo tailandés.Algunos recuerdan que por entonces, en compañía de un grupito de amigotes, casi por distraerse, robaba tocacasetes, llantas de repuesto y otras autopartes, para pagarse sus primeras juergas. En esas noches de parranda interminable comenzó a inmiscuirse en el mercadeo de la droga. De Romaña, así, de pituco maleado con apellido aristocrático, caminaba a convertirse en un núbil hampón de ambigua elegancia. Aceleradamente, también, se dirigía a su destrucción.***Julio César Domínguez era amigo de Calígula desde la infancia, del barrio de San Antonio. Eran inseparables. El Chato, así le decían los amigos, también era un denodado practicante de artes marciales. Junto a Calígula eran un par de peleadores de temer, pero raras veces protagonizaban grescas descomunales; les bastaba la bravuconada.Los contrincantes, en vista de sus categóricas aptitudes para trompearse, escaseaban. Pero los enemigos les sobraban. Solo por si acaso también, usualmente andaban armados. Alguien recuerda, incluso, haber visto a Calígula en una noche de desvarío y discoteca sacar una minimetralleta Uzi y balancearla amenazadoramente. Los que estaban cerca quedaron aterrados.Quizá en un afán emulatorio, el Chato se esmeraba en copiar los ademanes y posturas de su compinche. También era separado; tenía una hija con Cecilia Montagne, una chica que se apartó de él al descubrir su aviesa catadura. Todos coinciden en señalar que era una joven tranquila. Ella fue la que le dio a su ex el departamento del parque Tradiciones, para que lo vendiera o alquilara; en vez de eso, con Calígula lo usaron como improvisado set para filmar los videos con que chantajeaban a sus víctimas.Estaba de amores con Pamela Aninat, una muchacha de porte anoréxico y con el cabello estridentemente teñido de rubio, española de nacimiento pero nacionalizada chilena, a quien había conocido en una discoteca. Se les veía usualmente juntos, paseando en el Mazda gris de cristales polarizados y full equipo que el Chato manejaba. Y como su amigo, también salía con una mujer casada que tenía un hijo llamado Diego, de quien sus amigos se burlaban porque se parecía a un duende. Como no hay dos casualidades que caminen juntas, la amante del Chato también tenía dinero y un esposo furibundo que veía cómo menguaba su cuenta bancaria en beneficio del otro.Con ellos dos andaba otro malandrín de no pocos méritos. Este era Luis Manarelli Rachitoff, quizá el más violento de los tres, bravucón, insolente, que tenía un largo romance con las comisarías y los autos deportivos. No tenía oficio conocido aunque algunas veces apareció haciendo comerciales para la televisión. Había estado hasta en dos oportunidades como involuntario inquilino del penal San Pedro, tras ser detenido por habérsele encontrado un paquete de clorhidrato de cocaína.También estuvo involucrado en un oscuro incidente. En agosto de 1991, luego de un aparatoso accidente automovilístico, desbarrancó su automóvil por una pendiente de unos ochenta metros en la carretera que lleva a Cieneguilla, en fatal augurio. Producto de ese percance murió su acompañante, Manuela Barredo Vargas, enamorada suya, de quien el grupete de las discotecas sospechaba que estaba en la misma condición de las amantes de sus dos amigos: casada, con dinero y obstinados ataques de generosidad.Aquella vez, Manarelli, asustado por el fatal percance, hizo lo de otras veces: ir a pedirle ayuda a Calígula. Por eso ambos fueron a sentar la denuncia policial de lo ocurrido. El fiscal que investigó el incidente pidió entonces un año de prisión para Manarelli, acusándolo de homicidio culposo. Lo salvaron, providencialmente, las declaraciones de una testigo que los había acompañado en el auto el día del accidente, Liliana Deville. Ella confirmó lo dicho por el acusado, que un camión en sentido contrario lo obligó a hacer una maniobra peligrosa y que por eso rodaron por la pendiente, pero que Lucho había llevado prestamente a la herida a la Clínica Tessa, donde finalmente falleció.Poco más de un año después que asesinaron a sus compinches, Manarelli fue detenido nuevamente, en abril de 1993. Lo capturaron tratando de huir a Iquitos con documentos falsificados. Aquella vez lo acusaron del robo y asalto a la residencia de María Teresa Normand viuda de Santos, en San Isidro, a la que le hurtó joyas valoradas en 900 mil dólares. Estuvo preso en Lurigancho por esa fechoría y se hizo un recluso célebre: era el informal entrenador de Mario Broncano, por entonces otro presidiario. El ex boxeador, ya convertido en un sórdido hampón, restituía los empeños de su mentor sirviéndole de sigiloso guardaespaldas dentro de la prisión.Casualidad de casualidades, en el robo estuvo involucrada Pamela Aninat y su madre, Annabella Farfán. Ella trató de vender el botín y también fue detenida. Lo turbio de toda esta situación fue que en las investigaciones por la rapacería de las joyas, negó conocer a Calígula. Los detectives jamás le creyeron tan grosera mentira, pues al haber sido enamorada del Chato debió conocerlo perfectamente. Pero muerto De Romaña, su solo recuerdo intimidaba; apenas dejó este mundo, se quedó sin amigos.***El 13 de febrero de 1992 Calígula y el Chato salieron del departamento del jirón Diez Canseco 561, Miraflores, que pertenecía al primero, a eso de las 5 de la tarde. Iban con dirección al Bembo's de San Isidro, uno de sus lugares predilectos, porque allí no solo podían comer una de las mejores hamburguesas de Lima, sino porque también les servía para lucirse ante el sector femenino de la clientela. Unas horas antes habían alquilado un Toyota plateado de placa LQ-3023 en la empresa VIP Rent a Car. Habituados al despilfarro, habían pagado 240 dólares por cuatro días y dejado un depósito de 500 dólares más. La policía, frente a este indicio, razonó que la pareja se preparaba para algo más que comer un sánguche, pero nunca llegó a saber qué.Saliendo del departamento, a la altura del Paseo de la República, se encontraron (él dijo que fortuitamente) con Horacio Puccio, otro miembro ilustre del clan. Puccio iba en una moto y se detuvo un rato, según le contó a la policía, a conversar de cosas sin importancia. Calígula, según este testimonio, era el piloto del Toyota. Quedaron en verse en la noche, en la discoteca Sexes, y cada quien partió por su lado. Nunca se sabrá si tan matemático encuentro fue casual, como lo precisó Puccio, pues varios años después murió en un pase de drogas.Para entonces, los destinos de Calígula y el Chato ya estaban marcados. Quizá desde allí los siguió alguien que luego los abordó y les cambió el rumbo hacia Cieneguilla. Tal vez hallaron en el camino a algunos personajes desconocidos y decidieron dirigirse a otra parte, donde se produjeron las detonaciones. La policía sospechó siempre que quien, o quienes, dispararon eran conocidos suyos y que estaban en el asiento posterior del Toyota. No hubo pelea alguna, sólo unos disparos sorpresivos.En el Bembo's se iban a encontrar con Jano, con quien habían concertado una cita. Este, cuando lo detuvo la policía, dijo que se había quedado dormido y que jamás acudió a la sanguchería. La noche anterior habían estado todos juntos en el Grill del restaurante Costa Verde, bebiendo y conversando con otros amigos. Jano recordó ante la policía que también estaba un muchacho de apellido Prada, una muchacha apellidada Santa María y el novio de esta última.Nunca se supo con certeza qué ocurrió en el tramo que hay entre el departamento de Miraflores y la carretera a Cieneguilla. Sólo había una certidumbre: el móvil del crimen no fue el robo. Cuando hallaron muerto a Calígula, a las 7 de la noche de ese 13 de febrero, tenía en sus bolsillos 400 dólares, su libreta electoral, su reloj y su cadena de oro. Al lado había dos charcos de sangre, seis casquillos de bala calibre 38 y un tremendo misterio.A juicio de la policía, Jano sabía más de los que decía, pues ocultó entonces muchos detalles y dejó demasiados cabos sueltos. Nunca pudo explicar la razón del robo de las libretas en el departamento de Calígula, ni por qué le hizo a Giulianna de Romaña la confidencia de la pérdida de su revólver, del mismo calibre del arma con que mataron a su hermano y al Chato. Contraviniendo esta coartada, los padres de Jano habían puesto una denuncia en la delegación policial de Punta Hermosa, dando una versión distinta: que el arma le fue robada a su hijo del interior de su vehículo el 16 de febrero.Para añadir leña al fuego, la hermana y la madre de Calígula confesaron que antes que este fuese asesinado, Jano lo había amenazado por teléfono. Sin embargo, Betty Azalde viuda de De Romaña, la madre, también contó que era usual que su hijo le comentara que mucha gente lo llamaba para amenazarlo, diciéndole "te vamos a matar", "no vas a vivir". Fernando, sostenido por su autosuficiencia y como era su costumbre, se reía de todo eso, y le decía: "Mamá, el que no la debe no la teme". Eso, por supuesto, era una temeridad suya, pues había mucha gente que hubiese dado media vida por ponerle las manos al cuello.Incluso dentro de su familia tenía problemas. A diferencia de su hermana Giulianna que lo adoraba, y a quien él protegía con férreo celo, su hermano mayor Jorge no le dispensaba ciertamente un gran amor fraternal. Paraban muy poco juntos y los del grupete de las discotecas tenían entendido que mas bien lo toleraba con resignada paciencia, pues Calígula solventaba los gastos de la familia.Al otro día del crimen, él fue quien le dio la noticia a su madre, a las 6 de la mañana. La despertó y con sorna mal disimulada le dijo: "A tu hijito lo han matado". Ella saltó como una fiera y empujó a Jorge contra la pared, golpeándolo. Tras la mala nueva, Betty Azalde tuvo que tomar un calmante y de allí se dirigió al velatorio de la Iglesia Virgen del Pilar. El día 15 de febrero, ya en medio del escándalo, enterraron a Fernando en los Jardines de la Paz. Pero él y el Chato no serían los únicos en correr tan funesta suerte.***En torno a los tres amigos orbitaba una constelación de muchachos viciosillos, pendencieros y aplicados amantes de la juerga. Algunos fueron detenidos transitoriamente y otros tuvieron que rendir sus testimonios para contribuir a desenredar la madeja, empresa que resultó inútil. Como los dijes que brillan en ciertos trajes elegantes, a su lado figuraba un bullicioso grupo de chicas con figura de modelos y apellidos de abolengo. Todos eran parte de la decoración habitual de las discotecas.Muchos siguieron la estela trágica de Calígula y el Chato, como William Castillo, quien en una noche de juerga con Manarelli y otros badulaques quiso ingresar a un departamento, en el piso 17 de un edificio miraflorino, saturado de licor y muy pasado de droga, pero se precipitó al vacío, cayendo sobre los fierros afilados de la reja de seguridad. Su cuerpo se despedazó sobre la verja y quedó suspendido, como una mueca sangrienta y trágica de una noche extrema.Otro de los personajes patéticos de esta zaga de droga y muerte fue Horacio Puccio Bayona, amigo íntimo de Calígula y del Chato Domínguez durante años, a quienes muchos consideraban la cuarta pata de la mesa del grupo que integraban con Manarelli, y el último que los vio, horas antes de morir. Como sus secuaces, se dedicaba con mucho entusiasmo a no hacer nada y a vivir de los réditos de su fama de loverboy de alto vuelo. Solo cuando murió se supo que también era un burrier.En 1993 la policía lo arrestó porque le hallaron droga y un revólver Smith Wesson calibre 38, que muchos policías creyeron era el arma homicida. Además le encontraron frascos vacíos de champú. Desesperado, en sus declaraciones pretendió echarle la culpa del obvio tráfico de drogas a un diplomático extranjero, cuyo nombre no se llegó a conocer. Curiosamente, dos meses después de las investigaciones, y a pesar de las enormes sospechas que recaían en él, salió libre.Puccio murió el 5 de mayo de 1999, cuando se le reventaron en el estómago algunas de las 229 bolsitas de cocaína que trasladaba en su cuerpo, hechas con dedos de guantes quirúrgicos. Estaba sentado en la butaca de un avión que en unos minutos iba a partir hacia Miami. Antes de subir a la aeronave en el aeropuerto Jorge Chávez bebió una gaseosa y la acidez de los jugos gástricos dañó el empaque. A sus amigos les había dicho que ese sería su último viaje y así fue.Otro miembro de la pandilla, menos publicitado, fue Ernesto 'El Loco' Ramón. En 1999, cuando regresaba de Chaclacayo un mediodía, la policía le hizo la señal de alto en la carretera. Como en el auto tenía un cargamento considerable de marihuana y cocaína, no hizo caso. Se produjo un tiroteo y como consecuencia de ello murió. Personas desconocidas, quizá amigos suyos que sabían que acababa de hacer un provechoso pase de drogas, acudieron inmediatamente a su casa, por el Deporcentro Casuarinas en Monterrico, y la pararon de cabeza buscando el dinero producto del negocio.Como se ve, y dándoles la contraria, la muerte les jugó la última trastada, poniéndole fin, de sopetón, a la juerga.***Apenas la prensa se enteró del bárbaro crimen, se sucedieron las especulaciones. Los círculos sociales por los que deambulaba Calígula como un sultán disoluto se estremecieron. La primera conjetura fue que habían sido asesinados por sicarios de alguna mafia de drogas, pues muy pronto se descubrió que el negocio de la venta de autos era solo una excusa para justificar los excesivos gastos de la pareja de amigos. También se sospechó de algún padre o marido celoso, que había querido limpiar el honor burlado con certeros balazos. O de algún karateca vapuleado por alguno de los dos amigos en una pelea, y que había tramado su venganza de una manera más expeditiva. Las discotecas de San Isidro y de las playas del sur hervían en comentarios maledicientes.Para añadirle un dramatismo cinematográfico al asunto, en una pared cercana al departamento de Fernando apareció un dibujo enigmático, en notorias dimensiones. Era la imagen de un ángel con rostro femenino, junto a una cruz y un revólver, que al pie tenía una enigmática inscripción: El Ángel Vengador. Se especuló durante un tiempo que el boceto era una advertencia y una pista a la vez, la misma que conduciría a los autores del crimen, confirmando la tesis del padre o marido burlados que habían hecho terrenal justicia con sus propias manos.Meses después del crimen, cuando fue apresado Luis Manarelli, el misterio creció como un tumor maligno. Lo primero que hizo el detenido fue aclarar que no estuvo en Lima el día de la muerte de sus amigos y que había salido del país con destino al Ecuador, y posteriormente a España, siguiendo al "amor de su vida" que lo había desairado. Después dijo que había partido del Ecuador con rumbo a Chile, porque se había enterado que dos mujeres habían viajado a ese país con el fin de matarlo, y que en Chile también había sido perseguido. "Me ha amenazado de muerte El Ángel Vengador", aseveró, melodramático.Su familia difundió la especie de que había gente que quería enlodarlo, y hasta asesinarlo, para ocultar no sabían qué intereses, tratando de insinuar que sería la misma que había ajusticiado a los dos amigos en la carretera a Cieneguilla. Pero poco a poco fue apareciendo un hilo de la confusa madeja. Manarelli también gastaba dinero como un potentado griego, pero no tenía ocupación conocida. Su pasaporte ya no soportaba un sello más a causa de la infinidad de viajes realizados a España, Bélgica, Luxemburgo, Holanda, Francia, Chile y Ecuador.Curiosamente, Calígula también era un viajero frecuente. Solo en 1990 había hecho siete viajes a España, Italia y los Estados Unidos. El Chato Domínguez también había viajado a Brasil, España y Norteamérica. La policía comenzó a atar cabos: eso no se parecía a inocentes travesías de turismo sino a una banda de 'burriers'.De un momento a otro cayó un personaje clave que llevaría a los detectives a las profundidades de la ciénega en que se había convertido el caso. Un publicista adicto a la cocaína y amigo del grupo, Daniel Antonio Figari Rouillón, al que conocían como 'Clorito", en clara alusión al clorhidrato de cocaína, confesó ser el autor del dibujo de El Ángel Vengador. Presionado por la policía, admitió que lo había hecho bajo los efectos del estupefaciente y los llevó a la casa de otro amigo de la banda, que en una oportunidad le había vendido cinco gramos de cocaína.Cuando la policía subió al edificio de la avenida 28 de Julio en Miraflores, frente al hotel José Antonio, les abrió la puerta su sorprendido propietario, un tipo de 35 años, algo mayor que los muchachos del grupo de Calígula, que apenas superaban la veintena. Cuando ingresaron a la vivienda, dentro hallaron residuos de droga y algunos videos de fiestas particulares, donde aparecían De Romaña, Domínguez, Manarelli y él mismo, además de otros personajes, como la inefable vedette Susy Díaz.Los detectives descubrieron luego que el nuevo arrestado había estado detenido entre abril y julio de 1992, poco tiempo después del crimen de los play boys miraflorinos, por habérsele encontrado 20 gramos de cocaína, y que en ese momento se hallaba con libertad provisional.Al momento de entrar a su vivienda, le preguntaron su nombre. Entonces el tipo, tratando de disimular su nerviosismo, con la frente perlada de un sudor frío, dijo en voz casi inaudible: soy Alejandro Gonzales Ramírez, mis amigos me dicen Jano.***Cuando Jano entró esposado al patrullero que lo esperaba en la puerta del edificio donde vivía, cierta turbiedad, cierto fango acumulado en el fondo del pozo negro del doble crimen, se agitó, haciendo subir las miasmas a la superficie. Ciertamente, él y Puccio fueron las mejores cartas con las que contó la policía para resolver el caso, haciendo un full de ases. Pero no pudo o no lo quiso hacer.La primera investigación que había realizado apenas ocurrido el caso, extrañamente no dio ningún resultado. El caso se habría quedado en la penumbra si no hubiese sido por la captura circunstancial de Manarelli, cuando estaba esperando su avión para volar a Iquitos y de allí fugar al Brasil. El arresto de Jano, por eso, era substancial.El grupete de las discotecas murmuraba algo que formó parte de las conclusiones de la policía. Que los cuatro de la pandilla -Calígula, el Chato, Manarelli, Puccio- traficaban con droga, y que Jano era algo así como el factótum de la gavilla. Que la forma como habían sido asesinados los dos amigos de la carretera a Cieneguilla tenía todos los visos de ser un ajuste de cuentas. Jano, contra su pretendida inocencia, estaba metido hasta las narices en asunto de drogas. Ergo: él podría ser el padrino y quizá conociese a los implicados en el asesinato.El nuevo detenido no era precisamente la joya de la familia. Quienes lo frecuentaron sabían que era bisexual y que le gustaba dar fiestas en su departamento donde se acoplaban el alcohol, la coca y el sexo sin fronteras. El grupete comentaba que Jano, enfurecido con la pandilla que lo había 'cerrado' con un pase de droga, había mandado ejecutarlos sumariamente. Por eso lo del robo o pérdida de su arma, la desaparición de las libretas.Sin embargo, nada de esto se le pudo probar. En un momento, incluso, aparecieron dos testigos que dijeron haber visto a Jano bajar el cadáver del Chato del Toyota, pero todo quedó en nada. Jano estuvo preso en el penal de Lurigancho, pero por tráfico de drogas. Las pruebas fundamentales del crimen curiosamente 'se extraviaron'. Las balas homicidas extraídas de los cuerpos de las víctimas durmieron por más de un año en el cajón de una gaveta de la policía; cuando quisieron usarlas para realizar determinadas pericias, eran solo pedazos de metal inútil.En su momento, Puccio y Manarelli quisieron comprometer al padre de una las enamoradas de Calígula, un respetable hombre de negocios que casi enloqueció cuando se percató de las juntas de su hija. Se llamaba José Alberto Quiñones, su hija era María Lourdes, y vivían en Rinconada del Lago. Tras ser enviada por su familia a Michigan para alejarla de la mala hierba, ella volvió a Lima y perdió un bebe que había concebido con el descarado mozalbete. Ante la policía, el empresario negó los cargos, pero sí admitió su total aversión por De Romaña. No le faltaba razón.Al final, todo volvió por donde había comenzado. Ningún sospechoso, ningún implicado, ni una sola pista útil.Ahora, cada vez que Jano mira el mar desde su casa en Los Pulpos, seguro se siente un sobreviviente, un monigote con la vida prestada. Todos sabemos que la mafia no olvida nunca y que el silencio es el mejor pasaporte para continuar en este mundo. Mientras tanto, en la calle, en las discotecas de las playas del sur o de San Isidro, todavía se advierte el perfume de los dos amigos asesinados, los ángeles de la perdición.